El admirable compromiso de la Fundación Gregorio Ordoñez para mantener y difundir la realidad y el significado de quien lleva su nombre da un paso más con este esfuerzo acertado de modernización del archivo documental de Gregorio.
Pocas biografías como la de Gregorio pueden reclamar tantos logros en la brevedad del tiempo vivido. Pocas vidas han movido sensibilidades y han establecido referentes de ejemplaridad como la suya. Pocas memorias perviven como imperativo de compromiso con la libertad como la memoria de quien tanto añoramos.
Gregorio Ordóñez es un símbolo, sí. Pero sobre todo es una historia personal, real, concretada en una actuación política de la que emergió un liderazgo social contra el terrorismo y el miedo que cambió realmente las cosas. No mucho después pudo comprobarse hasta qué punto fue decisivo el camino que Gregorio Ordóñez empezó a andar con la denuncia del terror y el valiente señalamiento de sus responsables que no eran sólo los que empuñaban las armas. Gregorio sacudió la seguridad de los que vivían sin problemas en las instituciones actuando de cómplices impunes del terrorismo. Rompió silencios en una sociedad que mirando a otra parte cedía terreno a la estrategia de ETA y su organizaciones políticas e ignoraba a las víctimas. Sin embargo, esta misma sociedad supo reconocer en Gregorio el liderazgo y los valores por los que merecía la pena movilizarse negándose a la resignación.
Hay que seguir preguntándose qué es lo que lleva a un hombre joven, con una familia recién iniciada junto a su mujer Ana, a arriesgar su tranquilidad y su vida para enfrentarse a una máquina de terror como era ETA y todo su entramado de organizaciones. Y hoy, cuando la política sufre un descrédito sin precedentes, la respuesta es más necesaria que nunca: Gregorio Ordóñez creía en la política como dedicación, como servicio y como compromiso, y de todo esto dio prueba más que sobrada. En la política en la que Gregorio creía no se podía estar sin indignidad. Para Gregorio el terrorismo era, naturalmente, una injusticia pero también una humillación colectiva a la que él no estaba dispuesto a someterse ni estaba dispuesto a que la sociedad vasca se sometiera. Este impulso de dignidad que puede seguirse muy bien en su biografía a través de este archivo es lo que dejaba en evidencia las cobardías, lo que arrastraba a cada vez más ciudadanos detrás de su ejemplo y lo que ETA no podía soportar.
A estas alturas nadie puede dudar de que el relato que busca abrirse paso como verdad establecida de lo que ha pasado es el que quiere diluir las responsabilidades por el terror, el que busca hacer de estas décadas de crimen un episodio más de un conflicto secular entre dos bandos, el que quiere ennoblecer a terroristas orillando su culpabilidad e incluso transformándolos en pacificadores. El Estado de derecho, la movilización social, la cooperación internacional, la fortaleza moral y el ejemplo de las víctimas quedan reducidos a episodios accesorios. Luchas contra el terrorismo hoy significa enfrentarse a ese relato que escamotea el reconocimiento a quienes lo merecen y regala benevolencia a los responsables de tanto crimen y tanta destrucción.
Hay por delante un reto de comunicación intergeneracional. Hay que explicar a los que afortunadamente no tienen memoria propia del terror de ETA lo que el terrorismo significa, por qué prendió en el País Vasco, por qué ha disfrutado de la legitimación política y social de tantos durante tanto tiempo. Y aquí de nuevo Gregorio Ordóñez nos ofrece no sólo el acicate para este nuevo reto sino que se vuelve a ofrecer como el argumento más concluyente que nos recuerda aquella advertencia: para que gane el mal, sólo es preciso que los hombres buenos no hagan nada.