Hay verdades que esperan su turno, pacientes, a la espera de ser rescatadas sin estridencias por la Historia. Verdades que a fuerza de ser manoseadas necesitan reposar en el tiempo, como el buen vino que busca madurar en el silencio y la penumbra de la bodega. Descontaminarse de quienes intentan poseerla cuando la verdad no debería tener dueño, consolidarse frente a quienes la retuercen y la escupen a la sociedad, reconstruida según sus intereses. Lo escribe John Stuart Miller en 1859 en su ensayo De la libertad, La ventaja real que posee la verdad consiste en que, cuando una opinión es verdadera, puede ser exterminada una, dos o más veces, pero al cabo de los tiempos surgirán personas que la vuelvan a descubrir, hasta que una de esas reapariciones tenga lugar en una época en que se sustraiga a la persecución y llegue a estar lo bastante consolidada como para resistir los sucesivos esfuerzos por suprimirla.
En Euskadi, ETA exterminaba no sólo la verdad, sino a quien se atrevía a pronunciarla. Decir la verdad, decir que ETA es una organización terrorista, que su actividad es criminal, que sus asesinos no son héroes sino criminales y que quienes les apoyan y jalean son sus cómplices y defender proyectos políticos alejados del nacionalismo le costaron la vida a Gregorio Ordóñez el 23 de enero de 1995. Eran los años en los que ETA ejercía su actividad política, cultural, social y criminal -la criminal la aparcó con un alto el fuego en 2011- mientras la mayoría de la sociedad vasca no adscrita a sus medios, aunque en parte simpatizante con sus fines, se contentaba con mirar hacia otro lado. La reacción natural de cualquier individuo de empatía y compasión hacia una víctima, sea cual sea su origen, la estrangulaban el miedo y la cobardía; una actitud colectiva que alimentaba la irresponsable actitud del nacionalismo vasco consagrado en fabricar hordas sin criterio propio en lugar de ciudadanos libres. Las instituciones vascas se sirvieron entonces y ahora de la invención de un relato que confunde terrorismo con conflicto. Héroe con asesino. Víctimas y verdugos. Un relato que blinda su conciencia, especialmente cuando surgían voces como la de Gregorio Ordóñez y colectivos pacifistas y asociaciones y fundaciones de víctimas. Especialmente cuando José Mª Aznar no deja lugar a dudas: se puede y se debe combatir el terrorismo. Con la Ley, pero también con pactos tan fundamentales como el Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo. A día de hoy nos encontramos en el País Vasco con una verdad oficializada en un documento final aprobado por el parlamento vasco bajo el equívoco epígrafe de paz y convivencia que ha costado millones de euros y que ha rematado -con perdón de la expresión- ese gran negociador y negociante que es Jonan Fernández. Al nacionalismo vasco gobernante no le preocupa gestionar un relato para escribir la verdad de la historia y consecuencias de ETA -aún por determinarse en tanto no se ha disuelto-; sino para lavar la culpa colectiva de una sociedad que no se ha inmutado cada vez que se producía un atentado. No hacía falta irse a Francia, Alemania, Bélgica para ser testigo de un atentado. No. Sucedía todo aquí, en nuestras calles, plazas, comercios, bares, en la puerta de nuestra casa. ¿Cómo se explica esa artificiosa mezcla de “distintas vulneraciones de derechos humanos” que repiten hasta la saciedad?¿ Cómo se explica el adiestramiento de 13 víctimas escogidas por “técnicos del gobierno vasco” para que hablen en centros escolares? ¿Cómo se explica esa extraña exigencia a los familiares de las víctimas de ETA de reconciliación? y esa pregunta falaz, apenas transcurridas unas horas después del asesinato, a los familiares directos de la víctima, ¿perdona usted al asesino de su padre? hijo? esposo?
El gobierno de Rajoy también ha decidido poner en el mercado su verdad. Si en Euskadi se hace por vergüenza y encubrimiento, el gobierno español lo hace al servicio de intereses políticos y necesidad puntual de supervivencia. Eta está derrotada, se anuncia a bombo y platillo. Muerto el perro, se acabó la rabia. Pero la rabia no se ha terminado. No se ha terminado el proyecto político de ETA -que avalan sus recientes 225.172 votantes en elecciones al parlamento vasco y sus 894 concejales en la comunidad vasca. Ni la marea de odio que persiste en un sector importante de la sociedad vasca -véase el caso de Alsasua y contémplense las diferentes reacciones… Ni el fervor popular con el que se homenajea a etarras como Francisco Javier Balerdi siendo un colectivo, COVITE, el que denuncia un acto delictivo y aberrante como éste. Al gobierno le preocupa gobernar, como es lógico, y aprobar presupuestos, pero que no sea a costa de pervertir el final de ETA. Que no sea a costa de acordar transferencias como la relacionada con la política penitenciaria. Que no sea a costa de ceder terreno ideológico a ETA. Que no sea a costa de mirar hacia otro lado cuando se incumple la ley antiterrorista. Si la historia de Eta es la historia de la indignidad, no permitamos que su final sea igualmente indigno.
¡Ay la verdad! La verdad es que mientras el etarra Valentín Lasarte pasea su opulenta anatomía por las calles de San Sebastián -ciudad en la que ha participado en seis asesinatos- Gregorio Ordóñez, una de sus víctimas, descansa en la tumba a la que fue condenado por el odio y el fanatismo de Eta.
Creo que cuanto ha sucedido y cuanto esté aún por suceder en relación con ETA deberá llegar a la Historia libre de subvenciones, lejos de adoctrinamientos, de intereses políticos. Serán nuevas generaciones quienes doten a nuestro testimonio de verdad y devuelvan a las víctimas la dignidad que les corresponde. Algún día serán reconocidas como lo que son, héroes. Mientras, sus asesinos llenarán la única lista a la que están condenados, la de los criminales.
Ana Iríbar