Querido Gregorio,
Este enero vuelve con lluvias, fríos y vientos racheados, aunque también aparecen días de sol solemne sobre La Concha, cambiando el rugido del mar por el aire en calma. El lugar, para ti tan propio, es un testigo de nuestras zozobras, pasarela del glamour, escenario de belleza, y de tantos crímenes. Casi cien en la larga historia del terrorismo en esta ciudad.
Pero hoy también brotan amores, desamores, desesperanzas y sueños. Porque ya dejaron de matar hace cinco años, Goyo, lo anunciaron encapuchados, aunque nuestra sociedad lastrada por tantos años de crímenes no haya sabido poner en el lugar que corresponde a las víctimas y a los que defendieron el crimen. Hoy volvemos a honrarte en el 22 aniversario de aquel amargo día de enero, y no es forzado decir que nuestro devenir como ciudadanos libres está ligado a tu memoria, a tus palabras, a tu valentía.
Qué paradoja. Te hicieron líder, teniente alcalde de San Sebastián y lo hubieras sido todo. Tal era tu fuerza inagotable. Así que los malos vieron el peligro y te arrancaron la vida a los 37 años. A los demás, las esperanzas y la tentación de hablar claro como tú lo hacías. En aquel tiempo, el ánimo quedó en suspenso. A mí me quebró el alma. Como a tantos.
Te conocí como periodista. Tu nombre comenzó a sonar como algo nuevo en unos medios marcados por la crónica del terrorismo. “Rueda de prensa de Gregorio Ordoñez, presidente del PP de Guipúzcoa”, y corríamos. Antes de conocerte, había oído tus palabras y todos nosotros notábamos la irrupción de algo nuevo, directo, sin circunloquios, a lo que los periodistas no estábamos acostumbrados. Era una voz sin tapujos en cualquier lugar, a cualquier hora. Y eso fue justamente lo que quisieron impedir. Sólo aceptaban el silencio y la mentira.
Acudía a menudo a las ruedas de prensa que dabas en San Sebastián. Me mandaban, pero iba de buen grado. Recuerdo que, tanto como tu estilo, me sorprendieron los locales de las sedes de tu partido en San Sebastián, que me recordaban las desnudadas oficinas de los partidos extraparlamentarios. Perdona, Gregorio. Me parecía algo impropio de un partido de orden, y de gentes con recursos, pero aquello también anunciaba otra renovación: La austeridad en la política. Yo ya sabía que tu partido estaba estigmatizado, acosado políticamente, que ETA ya se había cobrado las vidas de políticos de la UCD –casi toda su Comisión Ejecutiva en Euskadi-, de AP –la predecesora del PP-, y del PSE-PSOE. Y que la única legitimidad reinante en los discursos públicos parecía recaer exclusivamente en el nacionalismo y en la extrema izquierda.
A veces comentábamos en la redacción entre periodistas que -aunque no lo dijeran- admiraban tu coraje, esa incansable actividad tuya que nos dejaba exhaustos. “Otro fax de Gregorio” , soltábamos. Era sobre una nueva moción sobre el tráfico de San Sebastián, o sobre una nota de condena tras alguno de los sabotajes en alguna localidad. “¿Otra nota? Pero si ha mandado un comunicado esta mañana..” Bufábamos. No parabas. Pero cada vez que acudía a tus convocatorias de prensa salía más libre. Y no se trataba de una cuestión ideológica sino de rearme democrático frente a tantos años de funerales, de crueldad y silencios.
Aquella tarde del 23 de enero de 1995 la noticia de tu asesinato traspasó el ambiente como un puñal. Al tener que escribir sobre los hechos me ayudó a afrontar la realidad. Ah!, ésto era: cortar de raíz la libertad de expresión. Y aquella tarde nació en mí otra periodista. En mi crónica para la segunda edición del Telediario deseché todos los moldes. Fuera tecnicismos. Escribí con el corazón. “Iba sin escolta, a cara descubierta”, creo recordar que comenzaba. Atípico. Y reconozco aún la denuncia que vertí en aquellas líneas mezcladas con imágenes y sonidos. Mi voz fue la de una cronista que había abandonado para siempre el neutro periodismo oficial.
Al día siguiente, en San Sebastián, una marea humana llenó las calles y la conmoción se palpó durante horas. No recuerdo si llovía pero sí que estaba oscuro. En aquellas conexiones en directo para TVE desde la gran manifestación dejé también ese absurdo miedo escénico. Al término de la marcha, recogidos ya los trípodes, las cámaras y los micrófonos, mis compañeros de entonces intentaron animarme porque aquello había sido “un antes y un después”; y que la gente había cambiado su actitud, -“¿No lo has visto?”, “¡Esto es nuevo!”. Decían también que los terroristas habían fracasado. No pude darles la razón, puesto que ya no estabas allí. Aquella amargura embargó a la ciudad.
La marea democrática continuó. Te hubieras sentido orgulloso de tantos ciudadanos de toda condición que dieron la cara. Pese a todo, siguieron matando a tus compañeros concejales, a los del PSE-PSOE, a periodistas, jueces, ertzainas, militares y policías. Después de tu caso, los responsables políticos acordaron proteger con escoltas a todos los amenazados, y fueron miles. Aunque a algunos tampoco les sirvió de nada.
Querido Goyo. Te escribo también para contarte lo que veo. Me pregunto sobre lo que tú propondrías con aquélla pasión, y lo que hoy existe. Trato de imaginar qué dirías.
La banda terrorista fue derrotada por las Fuerzas de la Seguridad del Estado. No han entregado las armas ni se han disuelto, y así quieren mantener un fantasma que preserve el miedo.
La vida de las gentes se ha ido acomodando. Las aguas parecen más calmadas, el apoyo al independentismo decrece en las encuestas… Y sin embargo, el heredero del brazo político de ETA sigue siendo la segunda fuerza política. No, no hubo una sanción moral en la sociedad. De vez en cuando celebran en los pueblos homenajes a etarras que regresan de la cárcel. Y el mantenimiento de la ley sigue costando esfuerzos personales que no siempre son compensados por los partidos, a veces dependientes de cálculos y de pactos. La política, Goyo, dejó de ser heroica hace tiempo. Se vive como en una cierta normalidad.
Las instituciones vascas incluyeron en su agenda el reconocimiento a las victimas del terrorismo, pero sin mucho predicamento. Se alude a “las violencias”, a esos genéricos sobre la paz, y se mezclan los crímenes de ETA con los “excesos policiales” y otros terrorismos como el GAL. También se incluyen las reivindicaciones de los familiares de los muertos en la guerra civil, con la más reciente historia. Todo envuelto.
Hay profusión de causas apoyadas por los partidos, en los medios públicos y las instituciones. La situación de los inmigrantes, los excluidos, las víctimas de la violencia de género, las de la guerra civil. Todas necesarias. Y sin embargo falta convencimiento, me parece, para poner en el lugar que merecen las víctimas del terrorismo. Dicen que ya estamos en otros tiempos, que “hay que olvidarse del pasado” y “mirar hacia adelante” Una extraña normalidad, Gregorio.
Chelo Aparicio